lunes, 30 de abril de 2012

Cochiguaz


El Spa de Cochiguaz es un concepto extraño de alojamiento. Tiene poco de Spa y mucho de Cochiguaz, pero se entiende la alusión. Un lugar en medio de la nada. Una pequeña explanada encerrada por montaña 360 grados, como un oasis en un hoyo caprichoso entre los cerros.
Varias cabañas de adobe se organizan de forma irregular entre pasillos de piedra, árboles frutales y plantas medicinales (el olor es penetrante desde que llegas). Una piscina descuidada e inservible, un parque infantil que parece que nadie usó jamás, restos de pequeños rincones para el deleite de la naturaleza, no sabes muy bien si en construcción o desestimados, un complejo en definitiva excesivo para una pequeña familia que se esfuerza por mantener el espacio en condiciones estéticas y funcionales aceptables.

Hay cabañas para 4-6 personas, a mi me alojan en una pequeña habitación en una de las edificaciones centrales destinada a las terapias, así que continuamente se oyen cánticos, música mística y olores intensos a plantas aromáticas desde mi cama. Maravilloso.

En el comedor, vegetariano, se desayuna a las 9h, se puede almorzar hasta las 15:30 y a las 18h sirven lo que llaman “las Once”, una cena ligera a base de té, un pan dulce y a escoger palta(aguacate), huevos revueltos o queso de cabra. A las 22h todo se apaga. Todo menos la increíble bóveda de estrellas que coronan los picos que nos rodean.

El sol va descubriendo en cuestión de minutos la montaña que lo enfrenta. Contemplo el espectáculo desde el ventanal del comedor. Un manto dorado se desliza poco a poco desde el pico de la montaña, tragando la tiniebla que aún aguarda en la parte inferior de la pared rocosa. Aun estaba desayunando cuando por las claraboyas del techo entra de golpe y con furia los primeros rayos de sol. La montaña que va naciendo está también completamente iluminada. Me encantaría poder describirlo mejor. Ha sido como un golpe en la nuca.

Como no tengo coche y no sé montar a caballo, he decidido caminar hasta “El Colorado”, 6km por un camino que corre paralelo al río Mágico, que atraviesa varias colinas hacia los glaciales.
Por el camino he descubierto un lugar llamado “la Casa del Agua” un vergel de fuentes y jardines que desembocan en unos pequeños embarcaderos sobre el río. Es un recinto en el que también se pueden alquilar habitaciones. No había nadie. He debido pasarme una hora sentada frente a unos saltos de agua hipnotizantes.
Antes de irme he buscado a alguien a quien pedir un teléfono para futuras visitas. Un hombre me ha acompañado hasta la cabaña de El Administrador. Sergio, de unos 60 años, elegante como sus jardines, buena presencia y actitud anfitriona, me ha enseñado los rincones que no había visto sola. Hemos charlado un buen rato sobre destinos y viajes. “Tienes que venir en verano, nos bañamos en esas pozas naturales, es una gloria”. Debe serlo en verano, porque un rato antes me había descalzado para descolgar los pies en el río y casi se me rompen.

Sigo el camino, cada vez más empinado y seco. Es mediodía y el sol quema. Llevaba ya rato sin ver rastro humano cuando en un recodo del camino aparece, como abandonada, una furgoneta blanca parecida al trasto de Eric.  Me paro, miro en todas direcciones y vislumbro una figura oscura saltando entre los peñascos. Levanto la mano, me devuelve el saludo. “Eric, el hombre de las montañas de Cochiguaz”.

Llegué al Colorado jadeante. Hay que preguntar para asegurarse de que uno ha llegado a algún sitio. El Colorado es un terreno dónde se agolpan algunas tiendas, cabañas, edificaciones precarias hechas con las propias manos de los que allí se reúnen, apenas unas decenas de personas. Me adelanto unos pasos y veo un cartel que dice “Pescado frito”. No es nada parecido a un bar ni a una fonda. Es la casa de un matrimonio que me sirve una limonada y me invitan a fumar marihuana. “natural!”, me dicen.
Aún con el mareo a cuestas, William insiste en descalabrarnos por la ladera para enseñarme su poza particular en el río. Lo han dejado todo y se han ido a vivir a la montaña. Viste ropa hindú, pelo canoso largo, una risita nerviosa interrumpe su verborrea hasta el paroxismo. Mientras recorremos su parcela, me explica todo lo que van a construir como si ya existiera. Señala una ciénaga y me presenta un bañera de lodos terapéuticos, apunta hacia un claro entre los árboles y me dice que la próxima vez que venga a visitarles, comeremos en esa terraza sobre el río.
Envidio su alucinante felicidad.

Su mujer me invita a que me quede allí. En un par de horas empieza una ceremonia religiosa, bautizos y ritos para Sta. Teresa de los Andes. Al volver sobre mis pasos veo que efectivamente, algo se prepara allí.  Están levantando un altar, han improvisado una tienda de bebidas y helados y el llugar se va llenando de gente y camionetas. Doy un paseo por allí, no hay fotos, me pareció una ofensa. De hecho decido que no pinto nada allí y emprendo camino de regreso.

Cuando llego a la curva donde saludé a Eric, allí sigue su furgoneta. Me acerco. Grito su nombre, y aparece por detrás del coche. Hablamos un rato, le pregunto que hace allí. “Espero aquí para subir y bajar a gente por la montaña”. En ese punto del valle hay cobertura y así lo pueden llamar. Eso y que es zona de paso hacia la fiesta de la tarde en El Colorado y la gente que sube a pie le acaba pidiendo transporte para el último tramo.

Tengo unos pesos y el tiempo justo de llegar al último turno del almuerzo. Me llevarías a casa!?. Claro!, al tiro!.

Montegrande de Elqui


Quería volver al valle del Elqui. La última vez que estuve en Chile apenas estuve aquí un día en excursión-tour desde La Serena.
Esta vez, aprovecho el puente de mayo, para escaparme 4 días a un lugar supuestamente mágico, polo de energías místicas y paraíso de los ascetas por esta parte del mundo.

Desde que te adentras en el valle por los primeros pueblos, te asalta una exuberante propuesta de chamanismo, terapias para el cuerpo y el alma, esoterismo, fetichismo y toda una estridente puesta en escena que contrasta con la hermosa aridez de las montañas, los angostos valles salpicados de viñas y la gente sencilla que transita por las carreteras acarreando su miseria y su dignidad.

Es quizás esa artificialidad obscena la que me hace escéptica ante tanto culto a la espiritualidad. Ocurre también con la vulgar ostentación de riqueza, la irritante proclamación de inteligencia, la sobreexposición de la belleza o la permanente declaración de una sospechosa felicidad. Pienso que lo más real es lo que no se muestra claramente a nuestros ojos. Así que aquí, tanto sortilegio y tanta exibición nubla lo que sin duda tiene de especial este lugar.

He aterrizado en la Serena a las 11h. Desde allí hay unos 120 km hasta Cochiguaz, en el corazón del valle. Hay opción rápida y cara pero mi tiempo de vacaciones no vale tanto. Vamos con calma. A las 12:30 salía un autobús que recorre el Valle “bájese en Montegrande” (no dejé de decir Montealegre, durante todo día). “Allí, alguien del pueblo le llevará a su destino final, no hay transporte, pero pregunte en la plaza”. Esto promete.

El autobús de la Serena salió con 20 minutos de retraso, pero no importa, “Estás de vacaciones, relájate”. Este lugar es espectacular. Iba en trance con la frente contra la ventana de mi asiento. Al bordear montañas, me cambiaba de lado en el autobús para contemplar atónita el paisaje. Realmente no hace falta nada más que entregarse a la belleza natural de estos desfiladeros para entrar en otra dimensión.

En un punto del camino veo un sospechoso cartel que indica un desvío a Cochiguaz.
Cuando llegamos al pueblo de PiscoElqui me adelanto por el pasillo del autocar, miro con irreverencia el cartel de “no le hablen al conductor” (textual), y le pregunto cuanto falta para Montealegre. “Montegrande!, lo hemos dejado atrás hace un rato señora. Bájese aquí y espere a otro autobús en sentido contrario”.

Pregunto por allí, me dicen que el autobús pasa en media hora. Son las 15h, así que decido comer algo allí mismo. Aviso a navegantes, si paráis por PiscoElqui alguna vez, Restaurante Mistral, un regalo para los sentidos. Me apuro y a las 15:25 estoy de nuevo la parada. Pregunto a una familia que espera, me dicen que se acaba de ir el bus. Les replico enfadada que aún no es la hora!. Me miran como nos distanciara un abismo. Me dicen que el próximo sale a las 16h, en media hora más.
Compañero del Mistral hay un café y decido esperar allí la siguiente media hora. La gente del café me preguntan a dónde voy. Se arma una discusión, una de las camareras intenta contactar con un amigo suyo para que me lleve desde allí mismo a la puerta de mi hotel (en ese momento estaba dispuesta a volver al modo [pija europea viaja en taxi]). LA otra dice que me baje en Montegrande y que allí en la plaza pregunte por Eric, él va y viene todo el día hacia Cochiguaz.
Mientras hablamos, veo que la familia que esperaba conmigo el bus de las 16h se sube a uno y desaparece (miro el reloj, son las 15:45).

Me bebo de un trago el café y me planto en la parada, no voy a perder ni uno más. Pasa uno grandote, lo paro, “vas a montegrande”? “yo no, el siguiente, a las 16:10” (no me jodas con la precisión!), pero en apenas 5 minutos pasa una furgoneta y se para delante de mío. Subo, me acomodo. Le pregunto cuando salimos, me dice en 5 minutos pero automáticamente pone primera y arranca. OK, lección aprendida.

Llegamos a Montegrande y antes de saltar a la plaza le pregunto al chofer cómo ir a Cochiguaz, me señala un trasto con ruedas parado en mitad de la plaza, bajo una imponente estatua de Gabriela Mistral.  Una ranchera que fue blanca alguna vez y que parece un milagro que arranque. “y el conductor?” señala hacia otro lado de la plaza a un hombre que se acerca ya caminando. Pactamos precio y me subo en aquella polvoreda. Todo el camino es ya un desfiladero de tierra que se adentra por uno de los cañones más agrestes del valle. Paramos a unos autostopistas. Hago el gesto de sacar mi mochila del asiento trasero pero el conductor me detiene y me dice que no hace falta, que suben atrás.
Le pregunto cómo se llama.  Me mira, achina los ojos, sonríe (como si lo supiera todo), “Eric” responde con ternura.
Yo también sonrío mientras me relajo en el asiento y empiezo a sentir el efecto del Valle.

lunes, 23 de abril de 2012

Comunidades de Práctica : Una metodología para desarrollar, construir y fortalecer redes de conocimiento

Aprovechamos la fecha para sacar a la luz el libro “Comunidades de Práctica- Una metodología para desarrollar, construir y fortalecer redes de conocimiento”.

Lo hacemos inaugurando un LAB en The Project. Un lugar donde poder ir recogiendo todo el conocimiento generado en proyectos sobre Comunidades de Práctica y trabajo colaborativo en general. Material útil que encontramos. Producción propia sobre el tema, Links de interés, etc.
Nace así este espacio de investigación e intercambio de conocimiento que esperamos sea útil a todas aquellas que os acerquéis al reto de organizar grupos de trabajo, innovación y aprendizaje basado en redes de conocimiento.

El LAB girará en torno al Libro. Un libro que empieza a escribirse a mediados de 2010, fruto de colaboraciones con diversas organizaciones en la implementación de sistemas de aprendizaje y gestión del conocimiento basados en procesos colaborativos.

Al aproximarnos a la conceptualización y desarrollo de esos proyectos, tanto los consultores externos como los profesionales internos de las organizaciones, nos encontramos faltos de guías metodológicas que nos asistan a la hora de aterrizar los modelos teóricos en los que se basan las Comunidades de Práctica.

Seguramente no es posible modelizar procesos que tienen que ver con la pasión, las motivaciones, la decisión (siempre personal y libre) de las personas cuando compartimos y cooperamos en entornos de confianza, pero al menos hemos intentado trazar un camino por el que poder perderse y descubrir otras rutas, otras experiencias, otros aprendizajes que complementen a los que aquí se exponen.

El LAB, servirá, entre otras cosas para ir liberando en forma de artículos y documentos, los contenidos del libro. Ahora nace de pago (la versión física por cubrir costes y la versión digital por recuperar algo de la inversión en horas que mucha gente ha dedicado a la creación, revisión y maquetación de los textos), pero si tienes un poco de paciencia, iremos publicando todo el material al ritmo que nos sea posible contextualizarlo y enriquecerlo con técnicas, ejemplos y otros elementos que hagan que la espera valga la pena.

No quiero publicar esta nota sin hacer una mención especial de admiración y gratitud a los e-moderadores y participantes de las Comunidades de Práctica del Programa Compartim del dep. de Justicia de la Generalitat de Catalunya. De su experiencia, de su profesionalidad, de su generosidad, y de su ejemplo han bebido muchas de las reflexiones y propuestas metodológicas que en el libro se exponen. Han sido y siguen siendo un ejemplo y una fuente de inspiración para todos aquellos que agradecemos a Margaret Mead haber verbalizado aquello de “NEVER DOUBT THAT A SMALL GROUP OF THOUGHTFUL, COMMITTED CITIZENS CAN CHANGE THEWORLD. INDEED, IT IS THE ONLY THING THAT EVER HAs

lunes, 9 de abril de 2012

Mal de altura

Los últimos días han sido duros.
Para subir a los Geysers, te pasan a buscar a las 4h de la mañana.
La noche antes lo preparé todo. Hay que llevar abrigo para temperaturas de -10 (en esta época de clima suave) e ir sacándote capas de ropa hasta los 30º c. A los que puedes llegar al mediodía, bajo un sol que quema, especialmente a esta altura.

El despertador no sonó, en su lugar, oí sobresaltada unos golpes en mi puerta y unos gritos que decían mi nombre. Afuera, esperaba el autocar lleno de gente. Me vestí rápidamente, por capas en orden inverso a la evolución de la temperatura del día (muy, muy difícil, en esos momentos de aturdimiento), agarré la mochila y salté al autocar apenas en 5 min., pese a lo cual, me dieron un abucheo en forma de aplauso.

Era noche cerrada, pero la luna llena que vimos aparecer ayer en el Valle de la Muerte, iluminaba ahora las extensiones desiertas que cruzábamos en dirección al Tatio.

Me despertó un frenazo. Nos abrigamos bien y caminamos un rato hacia la zona de los geyser. Las fumarolas que salen a presión desde el suelo, filtraban la luz de la luna formando un paisaje fantasmal, hipnótico.

Desayunamos antes de la salida del sol. Café, galletas y tortas con jamón y queso. Empezamos a hablar y el grupo a perdonarme.

A más de 4.000 mt, tienes que empezar a tomarte en serio cómo respiras y cómo te mueves. Pero el síntoma más evidente que sentí fue un intenso hormigueo en las manos y los pies. “es la combinación de frío y altura, es normal.” Me dijeron.

A medida que clareaba el día, fuimos tomando conciencia del entorno: Un bosque de columnas de vapor y pozas de agua hirviendo (a esta altura a 85º) en un valle rodeado de montañas áridas y picos nevados.
“Quien quiera, luego podrá bañarse en una de esas pozas”, nos dice el guía. A mi en ese momento no se me ocurría sacarme ni un guante. Pero efectivamente, al cabo de unas horas y bajo un insuficiente sol, me sumergía en un agua enlodada y me deslizaba en una piscina natural por la que había que cuidarse bien de evitar chorros de agua muy caliente que surgían, como un jakuzzi asesino, del fondo de la poza.

Durante el camino de vuelta, el madrugón y el cambio de presión hacian estragos entre el pasaje. Caes como un muñeco de trapo sobre el asiento. Aguanté hasta el final, orgullosa de mi forma física de mis eficaces medidas ante el mal de altura. El paisaje era irrenunciable, pero hubiera podido partir los palillos con la presión de mis párpados.
Paramos en un pueblo (no recuerdo el nombre) a estirar las piernas y comer algo. Hicimos cola para conseguir una Sopaipilla (torta de maíz, frita en aceite hirviendo) que una mujer muy mayor preparaba para los turistas en una choza de adobe.

Esa noche salimos a cenar Sandra, Gabriela y yo. Una de sus amigas deja el pueblo y se traslada a Santiago. Hoy es su fiesta de despedida. Aguanto poco y camino los 20 minutos hasta casa. Gaby me acompaña. Hablamos de los crecientes conflictos entre Chilenos y Bolivianos (estamos en tierra de frontera) y de los Atacameños con los “afuerinos” (cualquier persona chilena o no –les es indiferente-, que no tenga raíces entre las familias del desierto). Parece que ejercen una violenta repulsa social ante cualquiera que no sea de allí, aunque vivas durante años, aún incluso, aunque hayas nacido allí, pero con la piel más blanca :(

Al día siguiente subimos a las Lagunas Altiplánicas (Miscantis y Miñiques a los pies de los dos volcanes del mismo nombre más de 5.500 mt).
Me encontré mal desde el principio. Aguanté el tipo durante la visita al Salar de Atacama, pero a medida que avanzábamos, ninguno de mis fantásticos remedios contra el mal de altura, evitaron los vómitos, la descomposición y un sopor delirante durante toda la jornada.
Mientras los demás visitaban poblados camino y de vuelta de las lagunas, yo dormía en el asiento de la última fila del autocar.
Las lagunas preciosas, pero yo sólo quería llegar a casa YA!.

Al llegar a Incahuasi, la hija de Sandra me dio un teléfono para llamar a un taxi que me llevara a un Resort-Spa, a unos Km del pueblo. Las llamé para avisar que no iría, pero me convencieron de que lo que necesitaba exactamente en ese momento era un jakuzzi, una sauna, piscina, masaje, y una buena cena, rodeada del máximo confort y bienestar.

"Ah!, El desierto ya no es lo que era!!" dijo una de ellas, al más puro estilo "Sexo en Nueva York". Estallamos en risas sumergidas en el jakuzzi al aire libre.

Ya es lunes , escribo estas últimas líneas en la furgoneta que atraviesa (ahora lo sé) la Cordillera de la Sal, en dirección al aeropuerto de Calama, dónde embarco hacia Santiago.

Mañana a las 10h, tengo la primera reunión de trabajo. Tengo la sensación de que no recuerdo nada de lo que iba a contarles.

domingo, 8 de abril de 2012

VAlle de la Luna

Esta tarde iremos al Valle de la Luna. Dicen que de los parajes más espectaculares del mundo. Se va por la tarde, para ver la puesta de sol desde uno de lo cerros. Hoy hay luna llena, así que estamos de suerte.

La casa ha vuelto a quedarse en calma tras la marcha del grupo de moteros. A media mañana entro a la cocina a prepararme un café, desayuné demasiado pronto y vuelvo a estar hambrienta.


En la amplia mesa, una chica escribe sobre un MAC ☺. Me siento a su lado. Yo llevo el mío bajo el brazo.

Me ofrece su saquito de café (expreso), en lugar del soluble que hay en la casa. Me cae bien.
Empezamos a charlar. Se llama Gabriela, debe rondar la cuarentena, pequeñita y morena, inteligente, natural, divertida. Pasó su infancia y juventud en Berlín, pero volvió hace años a su tierra de origen, Chile. Vive en Santiago, muy cerca de dónde he alquilado el piso para el próximo mes y medio. Es diseñadora de moda y tiene una tienda-taller por la zona de Bellas Artes. Me cae bien.

Se mueve por la casa con seguridad, abre y cierra armarios, habla con familiaridad con Moira, la hija de Sandra, atiende a otros huéspedes. Viene por aquí a menudo a descansar. Sandra y ella son amigas desde hace años.

Pasamos el resto de la mañana juntas, caminamos hasta el pueblo, me acompaña a la botica a comprar unas pastillas para ampliar la capacidad pulmonar, pero luego me lleva al mercadillo y me mete en el bolso una bolsita de hojas de coca, como remedio alternativo. “Te irá bien mañana para subir mañana a los Geysers” .
Nos vamos contando la vida, sin prisas, sin atropellarnos, con la calma y la obligada lentitud con la que se hace todo por aquí. Si hablas muy rápido te agarrará flojera, si hablas mientras caminas, te faltará el aire.

Nos vamos a nadar a una piscina que hay en un camping cercano al pueblo. El camino arde. Creo que voy a hervir, pero a pesar de ello, el agua está imposible. Las noches son muy frías, y el sol del día no consigue recuperar la temperatura. Aún así, después de unos cuantos patéticos gritos, conseguimos hacer unos largos.

A las 4 de la tarde pasa el autobús que me lleva al Valle de la Luna. De camino nos explican algo de geología y de historia del lugar. Atacama se encuentra entre la cordillera de los Andes a la que pertenece el Licancabur (detrás del cual, se encuentra Bolivia) y la Cordillera de Domeiko. Antes que éstas, y en dirección al oeste, se formó la Cordillera de la Costa, por la sobreposición de la placa sudamericana sobre la del pacífico, hace 500-150 millones de años. Los Andes es la más joven (50 millones de años, por eso es la más alta, al haber sufrido menos tiempo de erosión). Tomé estas notas en el autocar, pero vaya, para más información (y más rigurosa), consulten la wikipedia ☺

Gabriela me había contado que desde San Pedro salen expediciones a Bolivia cruzando el Licancabur, son 3 días y 2 noches. Allí se llega al salar de Uyuni. Una gran extensión de agua sobre una placa de sal. El efecto del agua sobre el suelo blanco, es de un gigantesco espejo que desconcierta y marea a los no habituados. Hay que ir con gente experta (con Bolivianos dicen). Anotado para la próxima vez.

Llegamos al valle de la Luna. El paisaje desde lo alto de la Gran Duna es realmente lo más sobrecogedor que he presenciado jamás. Uno sólo puede rendirse y dejar que la bola que se forma en el estómago, suba y salga en forma de lágrimas no se sabe bien si de felicidad, de autoconciencia de insignificancia, de agradecimiento, de asombro, de alivio por no haber muerto antes de ver aquello, o como decía Stendhal, de pura reacción fisiológica ante el exceso de belleza. Recuerdo una sensación parecida al entrar en el Baptisterio de San Juan , frente a la Santa Croce de Florencia (qué lejos queda aquello ahora).

Caminamos por varias rutas a través del valle desde donde se pueden observar formas asombrosas de roca, y cristales de sal. Aquí nunca llueve, apenas cada 12-15 años, pero cuando lo hace cae barro de forma torrencial. Ocurre durante el invierno altiplánico (que coincide con el europeo y el verano austral). Este año llovió mucho. Hay carreteras aún cortadas, y muchos destrozos por las lluvias de febrero, pero un buen efecto de esa agua es que en el valle han emergido generosas capas de sal y el contraste entre las rocas rojas por los minerales (especialmente cobre), las dunas doradas y el blanco de la planicie, es un espectáculo increíble.

Llegamos al Valle de la Muerte justo a tiempo de ver la puesta de sol y el baile de los astros a la salida de la luna llena. Con el último rayo nos abrigamos y bajamos corriendo al autocar.

Esta noche ceno en el pueblo y que quedado con Gabriela en vernos en el Peregrino para acompañar a la procesión de viernes santo. Salen a las 9h desde la Iglesia de San Pedro.

Mañana a las 4h de la mañana salimos para los Geysers del Tatio.

sábado, 7 de abril de 2012

Incahuasi

Incahuasi es una casa formada de varias edificaciones que se organizan de forma irregular alrededor de un patio común, dónde, sobre un suelo salpicado de piedras para evitar el polvo omnipresente, se distribuyen unas mesas de madera y forja protegidas por sombrillas y arbustos.
A mi dormitorio se accede desde el mismo patio. Es una estancia de forma circular. Como toda edificación por aquí, paredes de barro y techo de ramas. Una cama, una mesita, un colgador y una repisa de madera. No se trata de esa sobrevalorada decoración rústica. Esto es sencilla, auténtica y maravillosamente, rural.
Al baño compartido se accede cruzando el patio. Otra de las puertas de salida directa al jardín da paso a un amplio comedor cocina, dónde se intuye el acceso a otras habitaciones, estas pertenecientes al edificio principal.

Sandra se encarga de todo y de todos. Desde cocinar el pan que desayunaremos hasta organizar las excursiones, pasando por toda la intendencia necesaria para atender hasta a 20 huéspedes.

Me tiro en la cama como un saco, hace un día espléndido, he dejado la puerta abierta al patio y contemplo durante un tiempo impreciso, como la brisa suave mece las hojas de los árboles.

Sandra me lleva a cenar al pueblo. Allí me presenta a la gente de “El Peregrino”, en la plaza mayor. Charlamos de cosas banales, los del bar se unen, son una familia. Me dicen que si soy muy floja me compre sprays de oxigeno para hacer algunas excursiones. Yo no soy floja, pero desde que llegué me cuesta respirar. “Es la altura y el polvo”. En SanPedro estamos a 2.500 mt. Y en algunas rutas previstas, llegaremos a los 4.000. Todo es polvo. Está prendido en el aire, se cuela por los poros de la ropa. Arrugas la nariz, y sientes como las fosas nasales hacen creck-creck.

Me despido de Sandra y doy una vuelta por el pueblo hasta bien entrada la noche. Bullicio, gente de todas partes del mundo. El culto al turista mezclado con modestos establecimientos Atacameños (orgullo de raza que te hacen notar desde el primer contacto).

Despierto el primer día en Atacama, el mismo sonido de la BlackBerry de todas las mañanas, pero apenas tomo conciencia, un olor intenso a pan recien hecho y café, me lleva aún medio dormida al comedor. Allí se comparte mesa con gente distinta cada mañana. Vienen a buscarme para la primera excursión, ruta Arqueológica por la Aldea de Tulor, uno de los emplazamientos más antiguos de Chile.
De allí nos vamos al Pukara un mirador al que se sube por un sendero de 4 km, rocoso y arenoso desde donde se divisa una vista espectacular de la Cordillera de la Sal.

Cominos en casa, y por la tarde a bañarnos a la Laguna Cejar. Divertida la experiencia de bañarse en agua extremadamente salada. Una flota como un corcho sobre una poza de unos 15 mt de profundidad. Alrededor, la Nada del Salar de Atacama, y el volcán Licancabur de fondo, presidiéndolo todo.

Cené en el pueblo, Javier (el guía) me había recomendado “Las delicias de Carmen”. Traspaso recomendación a quien caiga por aquí. Me quedé charlando un rato con la chica que me atendió. Está en Atacama porque se enroló en una película que filman en breve. Ella es la encargada de fotografía y making off. Oh, que buena charla. Decidió que para entender bien su proyecto, tenía que pasar unas semanas antes aquí, y mientras, trabaja en “Las delicias de Camen”. Me encantan estos pedacitos de vidas.

De retorno a Incahuasi, me fui directamente a mi habitación. En el patio, se iba formando un grupo cada vez más grande de hombres que pasaban noche allí, reían, gritaban, sonaban alto!. Crucé el patio para ir al lavabo y entonces vieron que estaban prácticamente saltando en mi cama. “te molestamos?”. “no”, mentí. En realidad, estaba tan cansada que esperaba dormirme en 5 minutos, aunque cayeran bombas. “quieres unirte a nosotros?” , “no, muchas gracias”. Qué hacía yo entre 12 amigos desconocidos, pero le agradecí sinceramente el gesto.

De nuevo en mi cuarto, no podía conectarme a Internet, y tenía que enviar un documento esa noche. Volví a salir a ver si alguien conocía la contraseña. No la conocían, pero consiguieron ayudarme. “Siéntate”, vi como me acercaban un cubata, y cómo salían ordenadores, usb’s, módems y toda la artillería para salvar las incompatibilidades de configuración (material chileno) y cumplir misión. Eran un grupo de señores que recorrían el país en moto. Venían de Antofagasta y al día siguiente madrugaban para pasar a Argentina.

Me levanté a despedirles al olor de pan caliente.

viernes, 6 de abril de 2012

Una noche en París

Al llegar al mostrador me dijeron que el vuelo a París (dónde hacía la conexión a Santiago), saldría con una hora de retraso, debido a una huelga inesperada de controladores aéreos en Francia (yo que volaba con AirFrance para evitar “esperados” problemas con Iberia)
En ese momento se debería haber encendido una lucecita en mi cabeza, decidir evitar el espacio aéreo francés, y coger el primer vuelo a Madrid, de dónde esa noche salían también vuelos a Chile. Pero el optimismo (y la incomprensible falta de información) de la mujer de facturación se unió a mi inconsciencia y ambas coincidimos en el hecho de que por la misma razón que se retrasaba el primer vuelo, también allí, el de Santiago, saldría con retraso. Eran las 6 de la tarde y todo parecía posible.

Llegué a París a las 4h de la mañana. Por supuesto el vuelo a Santiago hacía horas que se había largado. Información que sólo tienes al llegar a París, así como de nuevos enlaces y posibles alternativas. Desde El Prat nadie pudo decirme nada, salvo de vuelos locales. “No tenemos información de lo que pasa en París”. Parece increíble que en 2012 los aeropuertos no “se hablen”. Las líneas aéreas sí, de forma transversal, pero cierran taquillas y servicio telefónico a sus sagrados horarios, aunque el tráfico aéreo europeo sea un polvorín.

En París, un Charles de Gaulle fantasmal, dimos varias vueltas hasta encontrar el mostrador de recolocación para conexiones perdidas.
Sueño y cansancio, pero relativizando (esto no son problemas). Seguramente pasaríamos noche en Paris, y nos meterían en el primer vuelo a chile. Aún llegaría con algunas horas de margen para el segundo vuelo hacia Atacama, que ya cambié desde BCN, en previsión de la pérdida del primero.

Pero el primer vuelo a Santiago, no saldría por la mañana, sino a las 23 h del día siguiente. Perdía de nuevo Atacama, y de premio de consolación, pasaría un día en París.

Nos metieron en un autobús. París –nos dijeron- , o los hoteles de los alrededores, estaban llenos, así que nos llevaban a EuroDisney. El autocar paró delante de algo parecido a un Saloon del lejano oeste. Yo pensaba que sería la falta de sueño, pero no. Un señor vestido de cowboy nos hizo el registro, nos enseñó la taberna dónde desayunaríamos y nos indicó el camino de nuestros aposentos.

Me levanté pronto, me apresuré, mientras esquivaba chiquillos enloquecidos, a escoger el desayuno del buffet, y me fui a la parada de autobús que llevaba al parque. De allí sale en tren hacia París. Antes en la tienda de souvenirs, compré una mochila (una de Micky Mouse en colorines –sin opciones-) para poder cargar a la espalda, el peso de mano, durante la larga jornada que se presentaba.

París, majestuoso. No había ido nunca. Es una ciudad asequible, que esperaba una buena oportunidad para ser visitada. Supongo que la oportunidad se había impuesto.
Abarcar París en un día es una osadía, pero me fui con buenas sensaciones: Visto lo “im-perdible”, callejeado sin rumbo, saboreado pausas, cafés, terrazas y sin stress pero sin parar.

Aterricé en Santiago sin saber si seguiría hacia Atacama.
Le había dicho a la del hostal de San Pedro que si tenía la oportunidad de alquilar mi habitación, lo hiciera, y había perdido ya dos vuelos hacia allí.
Pienso que hay que resistirse poco a como vienen las cosas. Hacía tiempo que quería ir a Atacama y esta parecía ser la oportunidad más fácil y menos costosa, pero quizás no debía ser.

Al llegar al mostrador de LAN y dar las penosas explicaciones, la mujer me dice que estoy en lista de espera en un vuelo que sale para Calama en una hora. “sin coste adicional?”. “No señora, sin coste, pero tiene que facturar ya si aún quiere volar”. Le pido unos minutos, los necesarios para verificar si aún tengo habitación y buscar la consigna del aeropuerto para dejar la maleta grande con mi equipaje para el resto de mi estancia en Santiago.

Sandra, la regenta del hostal, me dice que me acabe de enviar un correo, que aún tengo la habitación. Que tenemos telepatía. Que todo son señales. Que vaya!
Facturo en el last minute, y un par de horas más tarde una furgoneta me lleva a través del desierto hasta San Pedro de Atacama.

El furgón se para frente a una casa de paredes de barro y techos de paja. Sobre el gran portón de madera, un letrero anuncia la llegada a mi destino. “Incahuasi